Adaptado del libro La niñez como estado de conciencia
Imaginemos estar con una persona amada, que se encuentra espontáneamente en un estado de hipnosis. ¿Con cuanto cuidado la trataríamos? ¿Cuánta atención pondríamos en conectar, observar e intuir lo que necesita? ¿cómo le hablaríamos sabiendo que cualquier cosa que se le diga sobre sí misma o el mundo se instalará como una creencia en su mente subconsciente? ¿podríamos en ese momento pedirle una tarea que requiriera un razonamiento lógico?
El estado de hipnosis, de recepción sin filtro, corresponde a las ondas cerebrales theta, con una frecuencia de entre 4 y 8 Hz, la misma del sueño REM (en el que soñamos). Esta longitud de onda también se puede alcanzar en estados de meditación y creatividad muy profundos. Son ondas más lentas y espaciadas que las del estado de conciencia ordinario (beta) y que las de estado de relajación (alfa). Y este es el estado en que se encuentran las criaturas los primeros años de vida, hasta los seis o siete años aproximadamente. Es un estado en cierto modo de ensoñación, imaginativo, en el que la realidad y la ficción se entrelazan constantemente, el razonamiento es más surrealista que lógico y el juego es de naturaleza simbólica.
Tanto los sueños como el juego simbólico se producen en la misma frecuencia cerebral theta, ambos surgen del inconsciente y comparten el mismo lenguaje analógico, basado en imágenes y representaciones.
Al nacer, y durante los primeros uno a dos años, los bebés están en un estado de conciencia aún más especial, con ondas aún más lentas y espaciadas, entre 0,5 a 4 Hz, las ondas delta. Esta frecuencia corresponde al sueño profundo en los adultos. Todo lo que se experimenta en esta etapa queda grabado en áreas muy profundas del subconsciente, de algún modo nos «configuran».
El cambio de conciencia y la edad de la razón
Los siete años es la edad que nuestros antepasados consideraban “la edad de la razón”. Era el momento en que comenzaba escuela, y con ella la lectura y la escritura. Coincide con el tránsito de la etapa preoperacional a la etapa de las operaciones concretas que propuso Piaget, y con el cambio de frecuencia theta a alfa, el estado más habitual entre los siete y los 11 ó 12 años.
Este estado de conciencia tan abierto y receptivo de los primeros siete años facilita el aprendizaje y la enculturación, pero conlleva una enorme sugestionabilidad y vulnerabilidad, recayendo en los adultos la tarea de proporcionar la estructura y el filtro del que carecen las criaturas, nunca tan importante como en los tiempos actuales. Ello demanda de nosotros una extraordinaria capacidad para conectar, sintonizar e intuir, y también mucho trabajo interno, pues somos el modelo y les influimos continuamente lo queramos o no. Afortunadamente, la naturaleza hace todo lo posible por facilitarnos esta conexión, aunque la cultura y el estilo de vida a menudo van en la dirección contraria.
Las ondas cerebrales no son el territorio, pero sí un mapa que nos ayuda a vislumbrar el estado de ensoñación en el que viven las criaturas, comprender mejor qué momento están viviendo, cuales son sus necesidades, qué necesitan experimentar y qué no. Los sueños y el juego simbólico representan el mismo tipo de lenguaje, son una expresión de la mente analógica (hemisferio derecho) y ambos ligados a la frecuencia cerebral theta. Percibir el hilo invisible que vincula los sueños y el juego simbólico nos ayuda a comprender la naturaleza del juego infantil en etapa efímera y fundamental, y a reconocer el valor de esta ventana de oportunidad que no vuelve. También nos permite comprender cuan absurdo es obligar a los niños y niñas a afrontar en Educación Infantil tareas académicas, como leer, escribir o contar, que requieren otro estado de conciencia y un desarrollo cognitivo aún lejano a esta edad.
Y esta actividad cerebral va de la mano con otro aspecto fundamental de la evolución infantil: la predominancia del hemisferio derecho en los primeros años.