La infancia empantallada y el precio de no vivir
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Adaptado del último capítulo de La niñez como estado de conciencia
A lo largo del libro he ido tratando de modo transversal dos temas importantes: uno es la tecnología, que ha poco a poco calando y reconfigurado nuestras vidas de tal modo que ni la vemos. El otro es el juego infantil, algo crucial para el desarrollo, que nos define como especie inteligente, y que ha sido desplazado poco a poco por el estilo de vida, las pantallas, los deberes y el olvido. Podemos decir que la primera ha ocupado en gran medida el espacio del segundo.
El problema de la tecnología no es solo el efecto directo —que también— sino el indirecto: todo lo que no sucede, la vida no vivida, las experiencias que no se tienen, el juego que no se juega, el tiempo de interacción que se reduce, los amigos reales que no se hacen, la inteligencia emocional y social que no se entrena, los cuentos que no se escuchan, la creatividad que no se despliega, los libros que no se leen, las aficiones y talentos que no se descubren, toda la alegría y el disfrute que no se experimenta. La digitalización de la escuela también va en el sentido contrario a las necesidades de las criaturas.
Esa gran sustitución de la experiencia en el mundo real por lo ilusorio afecta directamente al neurodesarrollo infantil, de forma más intensa cuanto más tempranamente se introducen en la vida de la criatura.
Los efectos son tangibles. En estudios realizados con niños pequeños se encontró que aquellos que tenían acceso temprano a las pantallas comenzaban a hablar más tarde. Otro estudio realizado con niños y las niñas de tres a cinco años se constató que aquellos que consumían más horas de pantallas tenían menos cantidad y complejidad de conexiones neuronales. Las diferencias eran observables en áreas implicadas en el lenguaje, en las habilidades socioemocionales y en la corteza prefrontal, la parte del cerebro implicada en el control de la conducta. Estos cambios estructurales afectaron directamente al cociente intelectual, la capacidad de atención, el desarrollo del lenguaje, la inteligencia social y la función ejecutiva.(1)
Otro estudio llevado a cabo en Montreal con 2000 niños mostraba una relación directa entre el tiempo diario dedicado a las pantalla a la edad de dos años y el riesgo de sufrir acoso escolar en sexto de primaria. Según los investigadores:
Es muy posible que los hábitos adquiridos en la primera infancia, caracterizados por experiencias que requieren menos interacción y esfuerzo, como ver la televisión, se traduzca en un déficit en el desarrollo de habilidades sociales. Más tiempo viendo televisión deja menos tiempo para la interacción con la familia, que continúa siendo la piedra angular y principal vehículo para la socialización. (2)
Hay neuropediatras que cuando reciben en consulta niños con problemas a ese nivel preguntan directamente cuantas horas de pantallas consumen al día. Retiradas las pantallas el desarrollo mejora, si no hay otras causas subyacentes, pero no se sabe en qué medida, ya que cada fase de desarrollo se construye sobre las anteriores. Dice la Dra. María Salmerón:
La gran duda que tiene ahora la pediatría es si es cien por cien reversible, ya que es imposible saber qué trayectoria habría seguido el neurodesarrollo del niño, si no hubiera estado expuesto a las pantallas. (3)
Una dificultad añadida es la magnitud de las influencias que reciben los niños a través de canales que los padres no controlan. Por primera vez en la historia, las criaturas no son moldeadas solo por la cultura y la familia en la que nacen, sino por una cultura global artificial que se infiltra en su mente y en su vida por multitud de canales. Por primera vez en la historia, los niños no están a salvo de influencias indeseables aunque estén en casa y con su familia. La influencia es tan monumental y el filtro tan escaso, que nos corresponde a los padres establecer los límites. Dice Jonathan Haidt:
Cada vez que permitimos que nuestro hijo descargue una aplicación en su teléfono, estamos dando permiso a una compañía para interrumpirle, y dando permiso a gente extraña de todo el mundo para contactarle. Hemos sobreprotegido a nuestros hijos en el mundo real y desprotegido online. Esto tiene que terminar. (4)
Jonathan Haidt es profesor de Psicología Social en la universidad de Nueva York; se interesó por la forma en que el mundo moderno estaba cambiando a los estudiantes y su investigación se plasmó en un libro que merece la pena leer: La generación ansiosa. Si el cerebro se construye en base a experiencias, y las experiencias reales son sustituidas en gran medida por estímulos artificiales, el resultado es lo que él denomina The Great Rewiring o “El Gran Recableado”, y no se refiere al cableado de la casa, sino al neuronal de nuestros niños.
Cuando esa gran sustitución de experiencias genuinas por lo ilusorio tiene lugar en la infancia, una etapa clave en la cual el entorno y las experiencias determinan qué potencial desarrollamos o cual no y qué idea del mundo y de nosotros instalamos en la psique, podemos dejar a los niños, posteriormente adolescentes, sin herramientas ante un mundo que no entienden y les abruma. Sin suficientes habilidades, ni seguridad en sí mismos para manejarse en él, el refugio es, de nuevo, el mundo virtual. Allí se compararán constantemente con otros y alimentarán su necesidad de aprobación a través de los me gusta y seguidores que puedan conseguir en una red social, en un círculo vicioso difícil de romper y que tanto sufrimiento y problemas mentales está causando.
Mientras tanto, el declive del juego genuino y el aumento en el consumo de tecnología han ido en paralelo a un descenso del bienestar de las criaturas, del nivel académico y el cociente intelectual (5), y sobre todo a un aumento de los problemas de salud mental, como la ansiedad, la depresión y las adicciones (4). En un estudio mencionado por el Jonathan Haidt se preguntaba a niños de 10-12 años si tenían acceso a internet y las redes sociales y todos afirmaban tenerlas. En otra encuesta a jóvenes de 19 años, todos estaban de acuerdo en desear no haber tenido ese acceso, pues eso había condicionado totalmente esos años tan clave de la adolescencia. Y ese condicionamiento afectaba a aspectos muy diversos e íntimos de la vida, por ejemplo las relaciones y la sexualidad, pues no es lo mismo descubrirla poco a poco en la vida real en un contexto amoroso, que llegar al primer beso después de haber visto, y la otra persona también, cientos de horas de porno.
Como dice la doctora Marian Rojas Estapé, no hay una dosis saludable de porno, pero los niños lo están consumiendo desde los ocho años (5), incluso aquellos cuyos padres piensan que no lo hacen. La exposición a estos contenidos en edades tan tempranas y sensibles, de alguna forma contribuye a marcar un estándar desviado de lo que es la sexualidad, despojada de cualquier dimensión afectiva, les dice qué es lo que se espera de ellos ¡y de ellas!, moldea conductas. El resultado es que el porno está, de hecho, reconfigurando las relaciones interpersonales (3) . En su libro Recupera tu mente, reconquista tu vida, Marian Rojas ofrece claves importantes para comprender los mecanismos bioquímicos de la adicción en general y a las pantallas en particular —en niños.
Cuanto más tarde, mejor. Menos es más.
Hay muchos motivos por los cuales demorar todo lo posible la incursión en el mundo virtual. No hay ninguna prisa en iniciar a los niños, que están en una etapa tan sensible y sugestionable de la vida, en algo tan potente y que interfiere aspectos tan importantes del desarrollo, como las pantallas. La infancia es tan efímera y el acceso a la tecnología está tan garantizado que si hay algo que proteger es la vida real, todo el tiempo que sea posible.
En mi experiencia, es infinitamente más fácil gestionar cero pantallas que un poco de pantallas. Cuando mis hijas eran pequeñas, en los 90 y principios de los 2000, no había iPads ni móviles, pero sí televisión. La regla en casa era nada de televisión de lunes a viernes, y una película escogida sábados y domingos, pero ni siquiera era una regla explícita: simplemente no había. El objetivo era proteger el tiempo de juego, que tuvieran tiempo para sentirse, para jugar e imaginar, para pintar y disfrazarse, para escuchar cuentos y más adelante desarrollar amor por la lectura. La finalidad era no crear precedentes en la dirección equivocada, no ceder a la industria audiovisual el control de su tiempo y su imaginación, no anular su capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas, permitirles experimentar una y otra vez la línea que une el esfuerzo automotivado y la satisfacción por lo realizado, fomentar la atención activa y no pasiva. Y también de asegurar que algún día fueran capaces de leer un libro, de hacer un esfuerzo, de estudiar y de imaginar su vida. La política de cero pantallas de lunes a viernes y una película los fines de semana fue un acierto total: no sólo les permitió tener incontables horas para ser y hacer, sino que no estando la televisión en la naturaleza de los días entre semana, nunca se les ocurrió pedirla. Eso nos ahorró incontables horas de negociar y discutir, y a ellas les aseguró muchas horas de juego y tiempo propio.
Afortunadamente, hay cada vez más consciencia entre las familias, y muchas están retomando el control. Hay iniciativas activas promovidas por colectivos de madres y padres como por ejemplo los grupos “Adolescencia libre de móviles”. Hay padres que, cuando necesitan estar conectados, proporcionan a sus hijos un móvil analógico sin acceso a internet solo para llamadas y SMS. Jonathan Haidt resalta la importancia de que haya un número suficiente de familias decididas a tomar las riendas y las decisiones correspondientes, pues no es lo mismo ser el único raro de la clase que no tiene móvil o tiene uno sin internet, que ser parte de un colectivo que tiene cosas más interesantes que hacer con su vida.
Pero claro, eso requiere que nos apliquemos el cuento.
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- Hutton J. et al. 2019 Associations Between Screen-Based Media Use and Brain White Matter Integrity in Preschool-Aged Children. JAMA Pediatrics
- Pagani, S.. Too Much Television? Prospective Associations Between Early Childhood Televiewing and Later Self-reports of Victimization by Sixth Grade Classmates. Journal of Developmental & Behavioral Pediatrics
- Jornada “Las consecuencias de ser los primeros nativos digitales”. Parlamento de Andalucía, 14/5/24 https://www.youtube.com/watch?v=e7pVmTt-jko
- Haidt J. 2024. La generación ansiosa. Ed. Deusto
- Desmurguet M. La fábrica de cretinos digitales. Ediciones Península
- Orte C y Ballester L. 2019. Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales.