Hace unos días decidí adelantar por las bravas el tiempo de cosecha de hortalizas de verano, y saltándome mis propias reglas (esa que dice que no hay que forzar procesos naturales…). planté demasiado pronto unas matas de tomates y pepinos. Antes de dos días todas las plantitas habían muerto, no habían resistido el frío de la noche. De acuerdo, mensaje recibido, pensé. ¿Sabía que podía pasar? Sí. Aún así intenté forzar: Sí. ¿funcionó? No. Y eso es lo que pasa con la naturaleza, que no tiene problema en ponerte en tu sitio cuando no la tienes en cuenta :-).
Siempre he pensado que cultivar un huerto, o un jardín, o aunque sea un macetohuerto, es una de las mejores escuelas, y que trabajar con la naturaleza es algo muy fecundo, porque te enseña muchas cosas no sólo sobre el huerto, sino sobre la vida. Aprendemos, literalmente, a pensar como piensa la naturaleza.
¿Qué nos enseña trabajar con la naturaleza?
- La parte más visible tiene que ver con el conocimiento de los aspectos prácticos: cómo preparar el suelo, el calendario de siembra de cada especie, entutorado y cuidados, etc. plantas compañeras, flores que ahuyentan las plagas, cómo atraer biodiversidad …. esto además de comprender de donde vienen los alimentos, cual es el proceso y el trabajo que hay en ello, claro.
. - Luego están las cualidades que es necesario cultivar para poderlo cuidar, y que son extrapolables a cualquier otro ámbito de la vida: la observación, la atención, el trabajo en equipo, la capacidad para prever y planificar, la capacidad para esperar y posponer el resultado (¡qué remedio!), respeto y la admiración por la inteligencia y belleza de la naturaleza, la capacidad para percibir las relaciones entre todos los elementos del ecosistema, etc. Esto último es un auténtico regalo en una cultura tan especializada, tan de hemisferio izquierdo, que tiende a parcelar la realidad hasta el infinito pero luego tiene dificultades para sintetizar y volver a la visión global.
. - Hay también un aspecto social, no sólo de integración por trabajo en equipo, sino porque un huerto escolar ofrece un entorno natural, no tan abstracto e intelectual como el de un aula, un lugar ideal para que alumnos y alumnas con habilidades no tan mentales puedan poner sus dones a trabajar y florecer.
. - En un nivel más profundo estarían las metáforas no como figura literaria, sino como experiencia vivida. Como todas las metáforas, no hablan a la mente racional, comunican sus enseñanzas de otra forma, como las fábulas y los cuentos. Son aprendizajes implícitos en la experiencia, también extrapolables a otras áreas de la vida, casi a cualquier proyecto, que construyen esa sabiduría básica que llamamos «sentido común». Entre ellos estarían, por ejemplo, la experiencia literal de la ley de causa y efecto (¡cosechas lo que siembras!), asumir que cada proceso creativo tiene un ritmo de desarrollo que le es propio y eso es aplicable al huerto y a cualquier proyecto vital o de emprendimiento, o la experiencia de cómo el entorno condiciona lo que sucede en él, algo que se puede trasladar a cualquier ámbito, ¡incluido al parto! Eso entre otras muchas metáforas.
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Cultivar un huerto o un jardín en la escuela, o en casa, es además una experiencia física, que sucede a través del cuerpo, que despierta los sentidos, de una forma equilibrada y armoniosa. Y una forma de experimentar lo que es participar en un proceso de cocreación completo desde principio a fin, siendoprotagonistas y no solo consumidores de un producto final.
Todo este conjunto de aprendizajes suceden en un segundo plano, mientras pensamos que las criaturas aprenden a cultivar verduras y a saber de donde vienen los alimentos. Si, aprenden eso, y muchísimo más. Por eso es tan buena noticia que tantas escuelas se estén sumando a este movimiento de huerto escolar.