De cuando «estimular» es la otra cara de la moneda de «inhibir»
Año 2017, Portugal y Galicia sufrieron grandes incendios. Los grandes eucaliptales -árboles de crecimiento rápido-, se convirtieron en un infierno, mientras, sorpresivamente, una aldea se salvó del fuego. Estaba rodeada de castaños, robles, olivos … árboles de crecimiento lento que sí, tardan más en crecer, pero son mucho, mucho más resistentes al fuego, además de cumplir valiosas funciones ecosistémicas y ser el hábitat de una increíble biodiversidad.
Desde entonces he utilizado esa imagen como metáfora para reflexionar acerca de esta obsesión actual por la rapidez y la creencia de que hay que «estimular» para que sucedan cosas que sin nuestra intervención sucederían igualmente en el momento adecuado, si el entorno es favorable. Así, creemos que tenemos que estimular el aprendizaje, la curiosidad o la creatividad de las criaturas, cuando son cualidades que traen de serie y se manifiestan si las condiciones son apropiadas.
Detrás del término «estimular»
No cabe entender el alcance y la verdadera naturaleza de la obsesión adulta por estimular sin previamente comprender hasta qué punto se trata de la otra cara de la moneda de algo que suele ocurrir antes.
Cuando creemos que necesitamos «estimular» algo que debería suceder espontáneamente, es habitual que antes hayamos inhibido algún proceso, un movimiento interno de la criatura. Por ejemplo, los niños adquieren habilidades y aprenden implícitamente a través del juego, pero si desviamos ese instinto lúdico y lo reemplazamos con pantallas, ese movimiento queda inhibido, y toda la actividad y aprendizaje que traen consigo.
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Reconectar y confiar
Conforme nos hemos ido desconectando de la naturaleza, incluida la nuestra, hemos ido perdiendo la confianza básica en la inteligencia inherente a procesos de la naturaleza. Eso nos lleva a sentir que tenemos que intervenir, estimular, hacer que sucedan procesos que deben producirse espontáneamente, por iniciativa de las criaturas y en respuesta a unas condiciones apropiadas.
A menudo intentamos «enseñar» habilidades que se adquieren por iniciativa propia, en su momento, fruto de la maduración y la experiencia: cuantas veces enseñamos a andar a los bebés antes de que éstos estén maduros para ello y en condiciones de tomar esa iniciativa; en cuantos casos no dejamos mover a los niños para que no se lastimen, no se ensucien o no molesten, siendo que la motricidad espontánea, el desarrollo y el aprendizaje van de la mano. Cuantos niños tienen «problemas de aprendizaje» porque nos empeñamos en forzar la marcha.
En resumen:
- Las criaturas son curiosos por naturaleza, y esa es una cualidad fundamental en el aprendizaje, pero en esta sociedad es fácil inhibir su curiosidad. Sucede cuando reciben estímulos excesivos, abrumadores, que no pueden digerir, que les inmovilizan, acaparan su atención, sobreestimulan algunos sentidos y dejan otros muertos de hambre. Luego nos planteamos «estimular» su curiosidad, porque sin ella no hay interés por aprender.
- Los niños son creativos por naturaleza. Pero es difícil que esa creatividad sobreviva a prácticas estandarizantes como colorear fichas, la falta de juego libre, o simplemente el vivir en un mundo altamente estructurado, controlado y que les da todo hecho. Luego lamentamos su falta de iniciativa.
- El parto es un acontecimiento diseñado para que suceda solo, con acompañamiento y atención profesional, claro, pero es un proceso dirigido desde la fisiología materna. Pero es dificil que ocurra espontáneamente si las condiciones en las que transcurre son disuasorias. Luego «estimulamos» el parto con oxitocina, elevando el riesgo de complicaciones.
- La tierra es fértil, productiva, abundante, biodiversa. Pero es dificil que mantenga su exuberante generosidad si las prácticas agrícolas reprimen la infinita inteligencia que la anima, para después «estimularla» con los productos.
Todo lo que está regulado por la naturaleza tiene inteligencia intrínseca, un ritmo propio y unas condiciones propicias para que suceda. El mundo adulto, con su mirada excesivamente racional y mecanicista, a menudo carece de la suficiente confianza en la naturaleza, y también de suficiente observación, humildad, y atención plena, cayendo a menudo en una actitud hiperactiva para intentar que pase a toda costa y lo antes posible lo que debería ocurrir de forma espontánea y en su momento.
Necesitamos cambiar la mirada, observar más, intervenir menos, intuir más, manipular menos, favorecer mas, estimular menos, respetar más, interferir menos, confiar más, acompañar más, relajarnos más, amar más. Quizá así comprenderíamos mejor nuestro verdadero papel, ese que solo nosotros podemos hacer, ese que el mundo necesita que hagamos y es crear las condiciones apropiadas para a través del desarrollo de las criaturas pueda manifestarse la increíble inteligencia de la naturaleza.