Adaptado del libro La niñez como estado de conciencia
Mientras en países como España las criaturas se enfrentan a edades cada vez más tempranas a actividades académicas ya desde Educación Infantil (3 a 6 años), como aprender letras y números, en las escuelas del norte de Europa hasta los siete el tiempo se consagra al juego espontáneo -gran parte de él en la naturaleza- la actividad manual, la expresión artística y los cuentos. No podemos decir que los países del norte de Europa se encuentren retrasados con respecto a otros países, ni cultural ni social ni ni económicamente. Entonces ¿para qué tanta prisa y cual es el enfoque que mejor se adapta a la naturaleza infantil?
Aplicando un razonamiento lineal, podríamos pensar que lo que se hace en esos países es una pérdida de tiempo, que cuanto antes empecemos a enseñar conceptos, más tiempo para que adquiera conocimientos. La realidad es que en la naturaleza las cosas no suceden así; sólo hay que preguntar a los padres de bebés prematuros, ellos saben muy bien que más temprano no es mejor. A nadie se le ocurriría tratar de abrir el capullo de una flor para que florezca antes de tiempo, ni tratar de cosechar la fruta dos meses antes de su madurez, o romper el huevo para que el polluelo vuele cuanto antes. En ninguno de esos casos funcionará mejor, al contrario, el resultado será mediocre o directamente desastroso.
Sin embargo, eso es lo que estamos haciendo con nuestras criaturas, forzando procesos evolutivos para que entren en una etapa de pensamiento abstracto y lineal como el nuestro, cuando no no se han completado las fases anteriores. En realidad, es tal la desconexión que hemos alcanzado de la naturaleza, y la falta de confianza en la inteligencia de los procesos espontáneos, que nos hemos echado sobre los hombros la tarea de hacer que suceda por nuestra intervención hitos y desarrollos diseñados para suceder espontáneamente en su momento en un contexto apropiado. Y el contexto, actualmente, no lo es.
Quisiera mencionar dos factores que pueden ayudarnos a comprender mejor qué necesitan y qué no necesitan las criaturas, a saber por qué a cierta edad es más importante trepar a los árboles y hacer flanes de arena que aprender lectoescritura, más importante escuchar cuentos y construir cabañas que colorear fichas estándar de diseño industrial, más importante el juego espontáneo en el mundo real que consumir pasivamente productos audiovisuales.
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Por mucho que en esta cultura valoremos lo cognitivo, la realidad es que todo el «edificio de la razón», como lo llama Antonio Damasio se asienta sobre otras inteligencias, que se desarrollan en primer lugar. La inteligencia corporal, emocional y social, así como la inteligencia simbólico-metafórica maduran antes y son el sustrato sobre el que se asienta el pensamiento lógico, que llega más tarde, igual que para que haya fruto antes tiene que haber flores: es la sucesión lógica . Y estas inteligencias primordiales se desarrollan principalmente a través de los vínculos afectivos, el movimiento y la experimentación, del juego libre, de la expresión artística, de la interacción social, es decir, de las actividades infantiles normales universales.
Las criaturas humanas en cierto modo revivimos la historia evolutiva de nuestra especie. Así, antes de llegar al concepto pasamos por la experiencia, antes de comprender lo abstracto necesitamos experimentar lo concreto, antes del pensamiento lógico pensamos analógicamente, antes del pensamiento racional necesitamos desarrollar la inteligencia simbólico-metafórica. Y en ese proceso adquirimos otras cualidades como la intuición, la empatía, la capacidad de relacionar y pensar holísticamente, la creatividad, todas las cuales forman parte de una forma suprema de inteligencia llamada sentido común.
Y antes de todo eso somos animales mamíferos, y como todos los mamíferos inteligentes, las necesidades más importantes, ligadas al desarrollo del cerebro emocional, son los vínculos, la comunidad y el juego.
Este proceso intrínsecamente inteligente, pero dependiente del entorno, sucede de abajo arriba, de dentro afuera y del hemisferio derecho (mente intuitiva) al hemisferio izquierdo (mente racional). Y este viaje vital requiere un tiempo, un ritmo, una seguridad afectiva, un estado de conciencia y un entorno apropiado. La mente superior tiene un sustrato neurológico, que se desarrolla a través de la experiencia en el mundo real, los vínculos y la interacción social, el movimiento, la experiencia sensorial, el juego, el contacto con la naturaleza, los cuentos y narraciones.
En esta etapa el aprendizaje no es fruto de la enseñanza, sino fundamentalmente implícito, fruto de la experiencia, resultado de la propia iniciativa de las criaturas. Y sucede si el entorno es propicio y lo favorece, si no hay interferencias tecnológicas o de otra índole, si nos hemos sentido amados.
El estado de ensoñación anterior a los siete años
Otro factor, relacionado y coherente con el anterior, es que la frecuencia cerebral anterior a los siete años, que es la misma que la del sueño. Puedes leer este artículo sobre el tema, o un desarrollo más amplio en La niñez como estado de conciencia.