Reedito esta entrada publicada en 2016 porque veo padres muy desesperados tratando de gestionar las pantallas de sus hijos, con rabietas diarias a la hora de apagarlas. Y ese es el problema: un poco de tiempo de pantalla es infinitamente más difícil que gestionar que nada de pantallas. La segunda regla es que cuanto más tarde mejor.
Artículo original (2016)
Aun recuerdo el día en que mi hija mayor, debía tener 15 años, me dijo ¿se puede saber por qué no puedo ver la tele entre semana, si el fin de semana tampoco la veo? ¡Bingoª! -me dije-. Eso que se ha llevado. Tiempo. Tiempo para jugar, tiempo para leer, tiempo para hacer deporte, tiempo para ser.
Reconozco que no es lo mismo criar niños ahora que cuando tuve a mis hijas, en los años 90, pero ya entonces muchos niños pasaban toda la tarde ante la tele. Tampoco es lo mismo abordar este tema cuando los niños son pequeños y está en nuestra mano decidir qué se hace, que cuando ya son mas mayores o adolescentes, hay derechos adquiridos y un modo de estar y relacionarse con el mundo marcado por todo lo que no han vivido a causa de las pantallas.
En nuestro caso, simplemente no estaba en la naturaleza de los días entre semana ver la tele, por tanto, ni se les ocurría pulsar el botón ON. Todo radica en no crear hábitos y derechos adquiridos para luego tener que negociar día a día cuantos minutos sí o no, o déjame media hora más.
Creo que parte del problema está en asumir que es natural que la tecnología forme parte de sus vidas desde el principio por el simple hecho de que se fabrique y se venda. Sinceramente creo que es al revés: porque la tecnología está en todas partes y va a formar parte de su futuro el reto es asegurar que en la infancia tengan la ocasión y el tiempo para desarrollar lo específicamente humano.
La clave no está en «quitar» las pantallas, sino en tomar por adelantado buenas decisiones respecto a si/cuando/cuanto se la damos. No es algo que haya que consensuar con los niños, ya que ellos no conocen las implicaciones de engancharse a la tecnología, ni sus consecuencias. Por tanto, no están en situación de decidir. Es así de sencillo. Es evidente que llega un momento en que hay que ir flexibilizando esto, pero no es lo mismo que un chaval de 12 años dedique una hora al entretenimiento audiovisual, cuando ya tiene muchos recursos porque en su infancia ha podido jugar mucho, relacionarse, leer, en suma, desarrollar sus inteligencias física, social, intelectual … que tener acceso irrestricto desde la primera infancia, con lo que ello supone.
Lo que yo hice fué lo siguiente:
- Retrasar lo más posible la exposición a la tele (hoy diríamos: a las pantallas, tablets, móviles, etc.). Eso requiere que los adultos no estemos enganchados a las pantallas constantemente. En nuestro caso, la TV no se encendía hasta por la noche cuando estaban dormidas.
- A partir de cierta edad, podían ver una película previamente seleccionada los sabados y domingos por la mañana. En vacaciones, la película era despues de comer, cuando hacía más sol.
- De lunes a viernes, nada de tele. Lo gracioso es que nunca la pidieron porque asumieron que en la naturaleza de los días de diario no había tele. Por tanto, después del cole se dedicaban a jugar, a pintar, a disfrazarse … Ibamos al parque, o jugaban en casa, entre ellas o con otros niños. Contabamos cuentos todos los días. No vieron series que enganchan a los niños a la pantalla tarde tras tarde. No hubo nada que negociar, ni discusiones para apagar la tele.
- Nada de tele en su cuarto. La TV en la habitación (o la tablet, o el móvil…) no solo socava la comunicación familiar, sino expone a los niños a muchas más horas de pantalla, a los peligros asociados a la red .
- Nunca tele en la cocina, ni en las comidas.
Isabel F. del Castillo