Cuando paso delante de un «Hogar del jubilado», un tipo de centro social que es fácil encontrar en cualquier pueblo o barrio, siempre me acuerdo de las madres recientes. No porque la maternidad se parezca a la jubilación, sino porque esos centros son de alguna forma una respuesta a las necesidades psicosociales específicas de un grupo de población muy concreto -las personas mayores-. Sin embargo, la sociedad sigue sin reconocer las necesidades psicosociales específicas de un grupo de población muy concreto: las madres recientes.
Dijo Michel Odent en alguno de sus libros que las mujeres necesitan intimidad en su parto y compañía en el puerperio, pero en la práctica son obligadas a parir en medio de una multitud y dejadas solas y a su suerte durante el puerperio. Esto es así.
También dice un proverbio africano que para criar a un niño hace falta toda una tribu. Hasta las elefantas la tienen. Hasta hace un par de generaciones, las mujeres -y los bebés- disfrutaban de esa tribu a través del tejido social natural que rodeaba la maternidad, el de las madres, tías, primas, amigas y vecinas con las cuales se compartía espontáneamente el tiempo, la ayuda, los conocimientos, la experiencia, el espacio de juego … los excedentes del huerto y las sobras de la comida anterior.
A pesar de las apariencias, hoy en dia la maternidad se ha convertido en algo «privado». La igualdad mal entendida nos obliga a demostrar que «aquí no ha pasado nada», que la maternidad no nos afecta, no deja rastro en el cuerpo, ni por supuesto en el alma, ni cambia nuestra forma de estar en el mundo, mucho menos afecta a nuestro rendimiento laboral. Eso hace que se considere normal exigir a una mujer embarazada o lactante el mismo rendimiento que un mozalbete de 25 años que no tiene otra responsabilidad que cuidar de si mismo. A menudo más, ya que tiene que demostrar que es «igual». Dificilmente, por tanto, se van a tener en cuenta sus necesidades, vistas, incluso por muchas madres, como una «debilidad».
Una de las consecuencias de este deshilachamiento del tejido social en torno a la maternidad es la ruptura de la transmisión de experiencia, por lo que las mujeres van con sus dudas e inseguridades a la consulta del «experto», lo cual en ocasiones es un riesgo grande, dado que cuando estamos ante un tema de cuidados, a menudo pesan más las opiniones y creencias que la ciencia. La soledad en el puerperio, junto con las perturbaciones causadas por le medicalización del parto sumen a la mujer en un estado emocional contrario a lo previsto por la naturaleza en una etapa en la que lo que está en juego es la salud física y mental de las futuras generaciones.
Son los grupos de apoyo a la lactancia materna los que de alguna forma han retomado este espacio, haciendo una labor impagable. Pero si bien una reunión cada 2 ó 4 semanas puede ser útil para resolver problemas de lactancia, eso no satisface completamente la necesidad de las mujeres de -simplemente- estar juntas, tener un sitio donde salir de casa con el bebé y encontrarse con otras madres en el mismo momento vital: tomar una infusión mientras los bebés maman, duermen o gatean, charlar de todo y de nada, intercambiar experiencias. En suma: volver a crear la urdimbre tan necesaria en la maternidad que ha desaparecido en la gran ciudad.
Creo que va siendo hora de visibilizar la maternidad, reconocer su importancia y su aportación a la sociedad, satisfacer las necesidades psicosociales de las madres. O lo que es lo mismo: cuidar para no tener que curar.
Isabel Fernandez del Castillo