Los científicos andan descubriendo que cuando los niños sienten curiosidad por algo, lo aprenden mejor. Los profesores andan preguntándose cómo «estimular» la curiosidad en los niños. Y yo ando preguntándome si no sería mejor no cargarnosla de entrada, por favor.
Tengo recuerdos muy vívidos de cuando era muy pequeña, y mi recuerdo es que observar la vida ya era en sí mismo un interesantísimo espectáculo permanente. No sé cual es el interés en que los niños se pierdan eso. En realidad estamos tan obsesionados con que los niños «aprendan cosas» que hemos olvidado que, sin que hagamos nada especial, ya son auténticas máquinas de aprender, y que una parte importante de ese aprendizaje se realiza simplemente observando, interactuando con la vida real y las personas reales.
Por eso me produce tanta desazón ver a niños que van por la vida no mirando con ojos ávidos a su alrededor, sino con la vista fija hacia abajo, en la pantalla de turno, perdiendose y sustituyendo la riqueza y los infinitos matices de la vida real por imágenes y jueguecitos de lata, que no son más que un torpe simulacro de la vida. Están tan saturados de estímulos inadecuados que no les damos la oportunidad y el tiempo de interesarse por las cosas en primera instancia.
Puedes verlos en todas partes: en el carrito, por la calle, caminando por el pasillo del supermercado, en la consulta del pediatra, en el restaurante, ¡¡en el parque!!, en el coche … Muchos coches tienen ya tele incorporada, no vaya a ser que los niños corran el riesgo de … observar el paisaje ¡qué horror!
Las pantallas van poco a poco invadiendo cada resquicio de la vida de los niños, desde muy pequeños. Hay inventos que pueden calificarse directamente de perversos, como este.
Hemos convertido a los niños en seres molestos, que hay que mantener permanentemente callados, neutralizados, entretenidos. Luego nos quejamos de que no tienen suficiente capacidad de atención ¡¡pero si les distraemos continuamente!! Claro que el problema está en el mundo adulto. Nos lo tendríamos que mirar.
De verdad, que no es una cuestión de demonizar la tecnología. Es que hay un momento adecuado para cada cosa, y la infancia (y mucho menos la primera infancia) no lo es.
Isabel Fernandez del Castillo