Comer juntos en torno a una mesa es probablemente el ritual más antiguo y universal de com-union entre las personas.
Que todas los encuentros y celebraciones en todas las culturas sean en torno a la comida, o como mínimo frente a una taza de té, no es algo casual: al comer juntos se segrega oxitocina, el pegamento social por excelencia, la hormona del amor y la amistad. Comer juntos ayuda a tejer los lazos afectivos, la confianza, la complicidad. Por eso, las «comidas de negocios» son cualquier cosa menos casual.
Comer juntos une … a no ser que haya una pantalla que atraiga todas las miradas y la atención, e impida la conversación, mirarse a los ojos, sentir al otro. La tele presidiendo el comedor o la cocina es, probablemente, el más eficaz inhibidor de comunicación en la familia que pueda existir. En una cultura en la cual el tiempo de convivencia en la familia se ha reducido a mínimos históricos, es preocupante. Y da igual que sea una tele o una pantalla de cualquier tipo con dibujos animados.
Si cuando los niños llegan a la adolescencia no nos cuentan nada, no vale quejarse: si no hemos escuchado sus historias con 5 años, es difícil que nos las cuenten con 14. La comunicación surge cuando hay un clima apropiado, desde el principio. Comer, cenar en familia es una ocasión privilegiada y a la vez cotidiana: ¡hay que comer todos los días!
He convivido más de 7000 días con mis hijas. Eso significa que hemos compartido, como mínimo, más de 10.000 horas en torno a la mesa, seguramente más. Muchas horas de conversación, de mirarnos a la cara, de contarnos cosas, de confidencias, de risas, o simplemente de sentirnos, de estar presentes. ¿Tendríamos ahora el mismo grado de confianza, de comunicación, de complicidad si hubieramos tirado ese tiempo a la basura?
Eso sin mencionar otros detalles, como la forma en que se desvirtúa la experiencia sensorial o el hecho de que comer frente a la tele es un factor de riesgo para obesidad infantil (y adulta). Según un estudio: al comer frente a la pantalla hace que las señales de saciedad no se perciben inmediatamente, que la ingesta sea superior y que los niños adquieran peores hábitos de alimentación.
De verdad, apaguemos la tele. No nos perdemos nada interesante, pero sacrificamos mucho.
Isabel Fernandez del Castillo