Circula por internet un vídeo de un niño de 4 años que llama a la policía para que le ayude a resolver sus deberes de matemáticas. No sé qué resulta más perturbador: si la desolación del niño que se siente incapaz de resolver los ejercicios, o los comentarios de los adultos sobre lo «gracioso» de la situación. Y sí, sería gracioso si no fuera lamentable.
No sé en qué momento el mundo adulto decidió que saltarse etapas y empujar a los niños hacia una madurez imposible es bueno para ellos. Es evidente que no sólo no es útil, sino que les está dañando. Les daña enfrentarse a tareas para los que no están maduros, y les daña sacrificar su tiempo valioso tiempo libre que deberían dedicar a jugar.
En el año 2013, un grupo de 130 expertos británicos en educación advirtió que los niños no deberían empezar la educación escolar a los 4 ó 5 años, como se está haciendo ahora, sino a los 6 o 7. Según los expertos, la escolaridad temprana está generando un daño profundo a generaciones a las que se está privando de la posibilidad de aprender por iniciativa propia y a través del juego.
Sobre el hecho de llevarse a casa deberes ¡¡a los 4 años!! no voy a añadir nada. Eso también es de juzgado de guardia. Habría que aprender de los franceses.
No nos engañemos: uno de los elementos más importantes del éxito del sistema finlandés es que la escuela propiamente dicha comienza a los 7 años. Antes de esa edad, todo el tiempo se dedica a jugar, el máximo posible al aire libre. ¡¡Y hablamos de un clima extremo!!
Es un verdadero problema que quienes legislan sobre educación, y una gran parte de los adultos, contemplen a los niños como una caja que hay que llenar de datos, y no como seres en evolución con una características y necesidades muy concretas en función de la edad, cuyo proceso de desarrollo y aprendizaje es en gran medida autodirigido. Bajo ese paradigma, parece que cuanto antes empieces, más datos metes en la caja. Solo que en la vida real las cosas no funcionan así. No cargarse su propio interés por aprender debería ser la prioridad número 1.
Ese es otro secreto del éxito finlandés: los políticos no legislan sobre educación, son los propios docentes y pedagogos los que regulan y actualizan el sistema. Eso reduce considerablemente las meteduras de pata tan habituales de los políticos.
En el mismo sentido, merece la pena observar este vídeo en el que un grupo de estudiantes son sometidos a una prueba imposible de resolver, y de qué forma eso afecta a su autoconfianza para enfrentarse a tareas posteriores que sí habrían podido abordar sin dificultad en condiciones normales. Aunque el vídeo ha sido titulado «indefensión aprendida», lo cierto es que habría sido mejor llamarlo «incompetencia inducida». Para reflexionar sobre el efecto que sobre la capacidad de aprendizaje puede tener el hecho de enfrentar a los niños pequeños a tareas para las que aún no están maduros, y en las que se van a sentir incapaces.
Por último, la pregunta del millón: ¿para qué tanta prisa? Bastante corta es ya la infancia, para desvirtuarla queriendo hacer de los niños pequeños adultos. Como dice el pedagogo Christopher Clouder: hay mucho tiempo para ser adulto, muy poco para ser niño. No lo acortemos aún más,no vayamos a romperles las alas.
En la naturaleza todo proceso tiene su ritmo. Y el ser humano también es naturaleza.
Isabel Fernandez del Castillo